sábado, 14 de julio de 2007

Brasil


Me decía una amiga argentina hace unas semanas que una diferencia, entre los Bonarenses (Buenos Aires) y los Cariocas (Rio de Janeiro), cuando suben a un bus urbano es que mientras los primeros intentan buscar un sitio donde viajar solos, los segundos intentan sentarse con alguien para tener compañía y conversación. Estoy totalmente de acuerdo.

A Rio de Janeiro hacia en principio un poco de pereza en ir por todas las noticias de inseguridad que se escuchan con frecuencia. Una vez allí, te olvidas de todo lo malo y disfrutas de una ciudad estupenda. El 60% de su superficie es zona verde que combina con unas playas espectaculares y una gente encantadora. La estancia tuvo alguna pincelada francesa ya que el albergue donde me hospedé (totalmente recomendable) estaba regentado por un francés y un número importante de sus huéspedes también lo eran El forro, la samba y la caipiriña amenizaron las noches que allí estuve donde me sentí como en casa gracias a la hospitalidad de un grupo de miembros de hospitalityclub y coachsurfing que allí conocí.

Durante mi estancia en Brasil, he podido familiarizarme con parte de la obra del quizás arquitecto brasileño más conocido, Oscar Niemeyer. Al lado de Rio de Janeiro (Niterói) visité el recientemente inaugurado Teatro Popular, donde se pueden apreciar en sus diseños las formas curvas que le caracterizan y que parecen estar motivadas por su gran pasión, las mujeres. La última vez que se casó fue hace dos años cuando tenía 98 años. Otra de sus obras la vi en mi última parada brasileña – Pampulha (Belo Horizonte). Me gustó especialmente la iglesia de São Francisco de Assis. Esta iglesia tardó unos años en inaugurarse por las divergencias ideológicas ente la iglesia brasileña y el arquitecto.

En gran parte la hospitalidad brasileña fue la me llevó a Brasil, ya que mi amigo Pedroca que conocí en un albergue de Auckland (Nueva Zelanda) hace tres meses me invitó a visitar su hermoso pueblo llamado Tiradentes. Se trata de un pueblo colonial portugués sito en una zona donde se extrajo mucho oro en el pasado y que actualmente es patrimonio nacional Brasileño. Allí hay muchos artistas de distintos puntos de Brasil y extranjeros. Parada obligada tiene el Restaurante Aluarte, donde se sirven unas pizzas para chuparse los dedos. Pedroca en su día libre me llevó a un pueblecito cercano llamado Bichino. Tanto su artesanía como el concepto de trabajo en un sistema de cooperativa de artesanos que ha desarrollado la artesanía del lugar con un carácter totalmente propio y diferente me encantó.

Otro pueblo de similar arquitectura e historia a Tiradentes, pero más grande debido a su condición de antigua capital de la región de Minas Gerais, es Ouro Preto. Ahí hice parada de camino a Belo Horizonte.

La parada en la actual capital de Minas Gerais iba a ser corta ántes de volar a Sao Paolo, pero la amabilidad de sus gentes hicieron que se extendiera por unos dias más. Allí practiqué mucho purtoñolo y disfruté de una ciudad que no tiene lugar destacado en la guia Lonely Planet, pero quizás por eso me gustó. Descubrí unos bares donde se puede beber y comer y que tienen apariencia un poco cutre denominados boteco. La despedida de la última noche fue en uno de ellos en pueblo de Sabara, pueblo con influencia colonial cerca de Belo Horizonte. No recuerdo el nombre del cuteco en cuestión, pero estaba situado al lado de la iglesia de los esclavos (en Brasil era habitual en la era colonial tener distintas iglesias para las distintas clases sociales).

El viaje desde Belo Horizontle hasta Quebec (Canada) donde estoy en estos momentos visitando a Ysabelle (amiga que conocí en Madrid mientras estudiaba español) fue un poco largo y accidentado. Primero tuve problemas para pagar con mi tarjeta de crédito con Gol en el trayecto doméstico de Belo Horizonte hasta Sao Paolo. Después tuve problemas para encontrar un hueco desde Sao Paolo a Montreal. Aunque al final tuve la suerte de viajar en clase business por haberse terminado los asientos en turista. El último trayecto entre Montreal – Québec fue en bus. Acababa de dejar Brasil y rápidamente empecé a notar que la gente hablaba menos en el autobús…